domingo, 28 de abril de 2013

PIJOS.....


Un refrán que puse en circulación hace un montón de tiempo ha vuelto a darme la razón.

"Donde pisa un PIJO no vuelve a crecer la hierba".


Desde que empecé en el mundo laboral, hace años ya, había en mi ciudad cantidades inmensas de buenas "tascas" donde irse a almorzar, la comida abundante, calidad, los postres exagerados, el vino de bota de roble auténtico, los carajillos del copón, las copas, recopas y enjuagues era lo normal de cada establecimiento.

Siempre había mesa para cuatro o cuatrocientos, las brasas no daban abasto dorando chuletas, costillas, ternascos y demás suculentos platos, las mesas llenas de aldeanos, trabajadores de manos agrietadas y rudas, un porrón de buen vino presidiendo aquella mesa repleta de buenos manjares, atmósfera copada de miles de aromas cotidianos, de caliqueños humeantes, de brevas gallegas, tabaco de pipa, cigarros liados con aquellas aguerridas manos.

El posadero, señor amplio de buche, cabello ralo, una sonrisa inocente y cordial, gritando entre el bullicio de bar...

"De quien es este potaje ¡¡¡".

Después de llenar hasta la campanilla, llegando la hora de pagar por los servicios?...
"Dame cien duros y ya está bien" (3€).

Pero llegaron los PIJOS ¡¡¡¡.

No sé quien se fue de la lengua, no sé quien dijo a sus adinerados amigos...

"Vamos a reírnos un poco de los palurdos de este bar".

Y lo consiguieron más de lo que puedas imaginar.

Con el tiempo y con lo goloso que es el dinero, esos establecimientos empezaron a tener una transformación parecida a cuando una crisálida comienza su metamorfosis.

Teléfono para pedir mesa, los precios pasados de madre, la comida ya no es lo que era, "esos" se lo comen todo, su paladar no distingue de un buen potaje a una tableta de caldo manufacturado.

Con el tiempo, y como "esos" se cansan enseguida, pues por lo que vinieron a reírse desapareció de por vida, no vuelven al lugar y empiezan a buscar otro establecimiento donde destrozar la vida de cuatro aldeanos más.

El posadero, ni tan gordo y con uniforme, ve como su establecimiento va quedando vacío día a día, no entiende que se vendió al dinero, y el dinero se busca a sí mismo, quedando solo y sin ningún aldeano que le dé conversación.

No se dio cuenta que los que le daban alegría eran los cuatro de siempre, con sus gritos, sus conversaciones sobre temas sin trascendencia, sus caliqueños y sus puros, sus cigarrillos liados, sus carajillos, copas, recopas y demás tonterías que daban un cálido ambiente a su hogar, a su establecimiento.

Tuvo que cerrar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario